Son las nueve de la mañana del domingo y padre e hijo logran llegar justo a tiempo para tomar la salida del Maratón de Sevilla. Los primeros ya van lanzados en busca de la meta, "Si yo tuviera el cuerpazo de los de delante, también intentaría ganar, pero tan feliz puede ser el que gane hoy como nosotros". Quien afirma esto tiene sus esperanzas en todo lo contrario a los grandes corredores que hoy se disputan el primer puesto de la prueba: alargar el camino al máximo, exprimirlo y disfrutar un año más de una experiencia que va mucho más allá del ámbito estrictamente deportivo. El tiempo acompaña y el carrito de Pablo ya es empujado por su padre a través del circuito sevillano, uno de los más llanos de Europa, pero en el que, como en la vida, apunta Jose Manuel, "siempre existe alguna pendiente?, y ahí es donde tiene que desarrollar un mayor esfuerzo que hace que sus abductores se vayan cargando poco a poco.

Resta la parte más complicada, aquella que quienes conocen la prueba afirman que se corre con el corazón, y eso es lo que hace José Manuel, pequeñas paradas ante inesperados calambres se intercalan con asombrosas zancadas tras cada grito de Pablo, "¡Cómo voy a parar, las mías son sus piernas!". El Estadio Olímpico de Sevilla se antoja cerca y la hazaña, una vez más, al alcance. Un largo túnel, ya en el interior del estadio, da acceso al tartán y a todo un universo de sensaciones. Se abrazan. "¡Lo hemos logrado!". Pablo grita y sonríe. Su padre sabe que una vez alcanzada la meta buscarán otros caminos, "nuestro sueño es correr el Maratón de Londres, donde todos corren por una causa, pero es muy complicado hacerse con un dorsal". Pablo lo mira, se siente capaz de cualquier hazaña. José Manuel insiste en aclarar: "No soy un héroe como me llaman algunos, solo soy un padre feliz de ver disfrutar a su hijo"
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