Al año de vida una enfermedad le quitó la movilidad de sus
piernas. Con 50 años, se convirtió en la primera persona en usar piernas
biónicas. En el medio, participó de los Juegos Paraolímpicos y subió el
Himalaya, corrió maratones y un Ironman, usando una bicicleta adaptada
Juan Ignacio Maggi parece no conocer de obstáculos, más allá de haber
perdido la movilidad de sus piernas al año de vida, tras sufrir una
poliomielitis.
Parte de su existencia ha estado atada a sus bastones canadienses y a una silla de ruedas.
A los 37 años, luego de sufrir un infarto (por ese motivo le
colocaron un stent), comenzó a practicar deporte y enseguida se planteó
desafíos, el primero fue un maratón, luego un Ironman, después el esquí
sobre nieve, se tiró en paracaídas y se dejó atrapar por el montañismo.
La falta de movilidad de parte de su cuerpo no fue impedimento para
disfrutar del deporte adaptado.
Como atleta ha participado en maratones (Nueva York, Barcelona, Roma,
Rosario, Buenos Aires, entre otras), hizo un Ironman en Miami; como
esquiador fue representante argentino en los Juegos Paraolímpicos de
Invierno (en Vancouver 2010) y como montañista ha desafiado al Himalaya,
con su bicicleta movilizada por sus brazos. También juega al
básquetbol, al tenis y al golf.
Ya con 50 años, luego de innumerables experiencias, se convirtió en
el primer hombre que caminó sobre un sistema biónico (C-Brace) en sus
piernas (tiene una estructura de carbono que va sobre los miembros
paralizados, que responden a un sistema hidráulico, que cuenta con tres
sensores y una computadora, los cuales le permiten la movilidad a través
de un sistema hidráulico que se maneja por posición). Eso le permitió
pararse y moverse por primera vez en su vida.
Hoy, con 53 años y cinco hijos (de 25, 23, 17, 15 y 6 años), practica
deporte y disfruta de “caminar” con sus piernas “biónicas” que utiliza
desde hace casi tres años y son las que le permiten movilizarse y tener
una vida social más accesible.
“Jean”, como lo llaman sus amigos, estuvo ayer visitando la ciudad (donde viven varios de sus parientes) y dialogó con EL DIARIO, al que narró vivencias y una historia de vida tan conmovedora como atrapante.
Así empezó…
“A los 37 años me infarté. Luego de eso me encontré con el deporte.
La primera reacción luego del infarto fue vivir como un infartado. Me
hice una huerta en casa, iba a comprar el pan. Hacía las cosas que hace
la gente grande. Pensé que eso no iba más. Con 37 años estaba regando
una huerta. Un gran amigo, el ‘Negro’ Cannata, me llevó unos guantes y
tiraba golpes. Al tercer día no quería saber más nada. El me contó de
una bicicleta que había en Estados Unidos y me hice traer una con mi
primo que vive allá, pero que es de Villa María. Le dije que si la
conseguía, corría la maratón de Nueva York. Un año después, en 2003, sin
haber hecho nada antes, estaba largando esa carrera, en la categoría
‘handcycle’ (bicicleta de manos). Cuando crucé la meta dije que esto era
lo mismo. Para una persona con discapacidad, el cuerpo es un lastre.
Cuando empezás con el deporte te das cuenta de que tu cuerpo tiene
utilidad, te movés, empezás a transpirar, a cansar, generas satisfacción
con tu cuerpo, cruzás metas. Lamentablemente empecé tarde. Tengo
algunas aptitudes y aparte lo que me está pasando y todo lo que logré,
encontrar ahora un objetivo, es difícil”, cuenta Maggi.
“Soy súper competitivo”
“Representé a Argentina en ski sobre nieve en los Juegos
Paraolímpicos de Invierno, en Vancouver (Canadá). Fue la primera vez que
nuestro país participó en un juego de invierno. Fui en equipo con
Leonardo Martínez, de Mendoza”, contó.
“No es que no tenga obstáculos, no es que todo no se puede. Pero sí
se puede intentar. He puestos muchos obstáculos al frente y muchos me
han salido bien y otros no. Hay maratones donde no obtuve el resultado
que quería; en el ski mi participación no fue tan decorosa como quería.
Tengo esto de enfrentar al obstáculo, soy súper competitivo. Entreno
para salir primero, en la Maratón de Roma fui 10mo.; en Nueva York,
13ro., entre 200 sillas. Soy exigente, conmigo mismo”, destacó.
“Corrí el Ironman 70.3 en Miami. Siempre hice natación, no pataleo,
nado con los brazos (son dos km), la bicicleta de mano (90 km), que
tiene trasmisión y marchas, y el pedestrismo (21 km) se hace con la
bicicleta de pedestrismo, vas sobre la rueda, es menos versátil”,
agregó.
“En ski, tengo un amigo en Suiza. Vive en un centro de ski. Fui,
intenté, no aprendí. Fui a San Martín de Los Andes y al cuarto día le
encontré una vueltita. Pensaba que no iba a poder salir. Ya había
abandonado la posibilidad de esquiar, y un día mi hermano me invita a
Las Leñas. Cuando llegué había un profe de deporte adaptado. Al segundo
día ya andaba. El esquí, dentro del deporte adaptado es el más
integrador. Empecé a disfrutar del deporte con mis hijos y mi familia.
Este profesor me sugirió averiguar competencias. Empezamos a consultar
sobre los Juegos Paraolímpicos y como Argentina nunca había participado
me invitaron, no hizo falta clasificar. Todo país que participa por
primera vez no necesita clasificar. Me preparé ocho meses. Me hubiese
gustado estar más preparado. Pero entré a un estadio con 60 mil
personas, con la bandera argentina. Fue fantástico. Luego lo tomé
recreativo”, contó Maggi.
El hechizo de la montaña
“La montaña me ha atrapado. Voy a las Altas Cumbres, he andado por la
Cordillera de los Andes, por los volcanes de Costa Rica. La persona que
no ha andado por las montañas y no conoce lo que es un cielo despejado
no se puede morir sin hacer eso, sin saber lo que se respira ahí”,
destacó el cordobés.
“Me propusieron filmar un documental para un festival de cine de
montaña. Me propusieron hacer una montaña acá en la cordillera. Como el
esfuerzo era el mismo, propuse que fuera en el Himalaya. Uno de los
pasos más altos de ese cordón, a unos 5.460 metros, es el de Paso de
Cardum (Khardung La), ahí llegué. Está en la zona del pequeño Tibet
(India). Fuimos con dos camarógrafos (uno de ellos villamariense), un
entrenador, un colaborador que armó la logística; conseguimos el guía y
nueve sherpas; esas cosas se hacen en equipo. Subí en mi bicicleta.
Estuve 12 días, que fueron terribles. Fue duro adaptarse a la comida y
la altura. Lo terrible no es la bici adaptada, estuve 12 días sin
bañarme, y soy un bicho de ciudad. Cuando llegué a un pueblo, en mi
bicicleta, me di vuelta y tenía todo el pueblo siguiéndome. Me miraban y
tocaban como si hubiera bajado de un plato volador. Fue una gran
experiencia, pero que no la volvería a hacer. Allá la vida no tiene
valor. Ahora hago montañismo recreativo”, contó.
Desafíos y adaptación
“Con mis piernas puedo hacer todo lo que hacen los chicos. Hasta
puedo andar a caballo. Mi próximo desafío será ir a Chile, donde están
los restos del avión de los rugbiers uruguayos”.
“Vivo con millones de problemas, vivo adaptado. Salgo a comer y
averiguo si hay baño cerca, si hay escaleras. Durante mi proceso de
aprender a caminar me enfermé. Hasta los 5 años usé muletas, luego hasta
los 40 usé bastones canadienses y por el deterioro de la enfermedad
tuve que incorporar la silla de ruedas. A los 50 años encontré las
piernas”, contó el deportista.
“Las piernas son calidad de vida, sigo siendo el mismo. Socialmente
me cambió mucho, pero me cambió mucho más el Himalaya. Siempre ocupé el
lugar de discapacitado en la sociedad, ahora soy el que subió el
Himalaya”, destacó.
Pronto presentará una fundación para ayudar a chicos que sufren de
discapacidad que se incorporen al deporte. “A un chico convencional le
comprás unas zapatillas y puede hacer deporte; en un discapacitado, la
zapatilla (silla) cuesta 30 lucas”, señaló.
Luego de logros, desafíos y proezas y una larga charla, queda su
reflexión final: “Fue importante pararme, luché 50 años para pararme y
cuando lo hice me di cuenta de que pasaron muchas cosas mucho más
importantes en mi vida. Y que mis mayores logros deportivos fueron con
las manos”.
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